Escribir.
Son más de las seis de la mañana, he dormido poco y, no sé muy bien por qué, me he puesto a reflexionar sobre mi futuro literario. Me he mirado al espejo y me he preguntado hasta dónde llegaré. ¿Seguiré escribiendo historias el resto de mis días? La verdad, no lo tengo claro. De hecho, lo dudo bastante. Supongo que llegará un momento en que decida que ya he contado todo cuanto debía. O, al menos, en que mi producción decaiga mucho: a novela cada 2 ó 3 años. Estoy convencido. Desde 2011 he escrito 5 obras largas -una sin publicar- y 2 cortas. De entre todas, sólo una tiene un éxito real (que no económico), "Las mariposas aletean tres veces al atardecer", que se sigue vendiendo a un buen ritmo mes tras mes y ya lleva tiempo en el mercado; desde octubre del 2012, ni más ni menos.
¿Merece la pena escribir? Ni de coña. Tantas horas invertidas para tan nimio beneficio. ¿Me arrepiento de haber tomado el camino de la literatura? En absoluto. A mí me encanta escribir. Es una afición más, como la música, el gimnasio o, lo descubrí el otro día, los zapatos. Sí, me encantan los zapatos. Cosas de la vida. Entonces, ¿a qué viene todo esto? A nada en particular y, al mismo tiempo, a una necesidad de ofrecer mi posición de aquí al futuro. Me quedo como autor de Amazon, paso de las editoriales tradicionales. Desde Ciudad de piedra, mi segunda novela, decidí ignorarlas. Con las siguientes ni siquiera probé. Ni voy a hacerlo de aquí en adelante. No me interesa. Deseché la opción de ganarme la vida con esto, de llegar a ser profesional. Prefiero disfrutar escribiendo y no ser esclavo del mercado y, sobre todo, de las condiciones esclavistas que imponen las editoriales. Paso. Sé que podría publicar, quizá no en Planeta, pero podría. Pero, de verdad, no me interesa. Os prometo que rechazaría de cabeza cualquier oferta, a excepción de que me llegara una de Tusquets, editorial por la que siento debilidad. Ni Ediciones B ni Espasa ni nada de nada. Les agradecería el ofrecimiento y los mandaría a tomar viento. Hablo en serio. La experiencia con Amazon es excelente y estoy tan satisfecho que jamás aceptaría ese 10 % y encadenarme durante años a ellos.
Queden estas palabras grabadas aquí. Si un día me convierto en un autor conocido, volveré a ellas para no caer en la tentación. El dinero sólo es dinero y, para mí, la literatura, no debe asociarse con el dinero. Es otra cosa. Una manera de sentirse vivo. De evadirse de esa realidad que, a veces, se empeña en tocarnos los huevos. De convertirse en Dios. Porque sí, porque este humilde mortal es capaz de crear mundos y dotarlos de vida. Moldear hombres y mujeres con sus penas y alegrías, amores y desamores. Sí, eso es. La literatura es mi particular forma de convertirme en Dios. En una de mis películas favoritas aprendí que, si alguien o algo te pregunta si eres un dios, tú has de responder siempre que sí. No soy yo quien para llevar la contraria. Sin embargo, si firmas con una editorial, los dioses pasan a ser ellos. Mal asunto.
Por cierto, que aún queda Raúl Frías para rato. Sin ir muy lejos, este año voy a publicar dos novelas. Una en formato digital; la otra, en digital y en papel, gracias al excelente servicio que brinda Amazon (no me llevo comisión, prometido). Una está ya escrita a la espera de revisión. Con la otra estoy en estos momentos: 65.000 palabras ya, aunque todavía le queda recorrido. Es lo más realista que he escrito y, aun así, existen pasajes que son muy míos. Os dejo con uno de ellos.
Siempre un placer, blogonautas.
"En las alturas el cielo
negro, estrellado. En el centro la luna, llena, espléndida,
gigantesca. Tristán está sentado en el borde de un puente de madera
destrozado en su zona intermedia. La otra parte se adentra en una
jungla oscura, profunda. Muy apartada. Parece un lugar
fantasmagórico. El chico admira la naturaleza a su alrededor: la
playa ubicada a su espalda, el mar inabarcable, profundo, misterioso
y oscuro, la inmensa extensión de terreno plagada de frondosos
árboles, la fina y confusa línea del horizonte. El mar luce en
calma: la superficie se asemeja a un gran cristal que reflectara la
negrura del firmamento. El silencio es raro, sepulcral. Similar al
que uno encuentra al pasear por un cementerio. Tristán conoce ese
silencio, lo experimentó cuando la idea del suicidio rondó por su
cabeza. En aquel tiempo visitó varios camposantos: pasaba horas
sentado en un banco, observando las tumbas, los nichos, imaginándose
a sí mismo en uno de esos agujeros, sepultado y olvidado por el
mundo. Lo que más le sorprendió fue hallar tumbas fechadas en los
años finales del siglo diecinueve. Algún día, Tristán sería una
de esas viejas lápidas que llaman la atención por su antigüedad.
De pronto, un cuervo
negro se acerca volando y, describiendo círculos, desciende hasta la
otra parte del puente, posándose, majestuoso, sobre un saliente. Se
detiene, despereza, pliega las alas y fija sus ojos de fuego sobre
Tristán. Hombre y bestia se sostienen la mirada. El chico coge aire,
agita las piernas y, nervioso, se agarra con fuerza a la superficie
de madera. El pájaro abre el pico, emite un graznido agudo y calla
de nuevo, cediendo paso al silencio. Tristán respeta esa tregua,
meditabundo, pero pasado un rato se arma de valor y dice:
–No logro
entenderle, señor Cuervo.
El cuervo se agita,
excitado, alza el vuelo y se lanza en picado contra el mar, que lo
engulle como una boca hambrienta. Transcurren unos minutos, eternos.
Eso, suponiendo que el tiempo fluya de la misma manera en ese extraño
punto de la realidad. O de la irrealidad. Del mismo modo que el
cuervo surgió de repente sobrevolando el firmamento, la figura de
una mujer desconocida emerge de entre las aguas. Está desnuda y en
su piel se aprecian manchas negras, tiras viscosas arrancadas del
mar. Es rubia, con una larga melena rizada. De espaldas no logra
reconocerla, aunque Tristán siente un pálpito que se confirma poco
después, una vez que la chica ha escalado el puente y se ha sentado
con tranquilidad en el borde, imitando la posición de Tristán: con
la espalda erguida, las piernas colgando en el vacío y las manos
apoyadas en los peldaños de madera".
Amén :) . Muy sinceras tus palabras y me alegro de que tengas las ideas tan claras. Quizá, después de escribir esto, ya puedas dormir bien ;)
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias por pasarte, Prisca. Yo hace tiempo que duermo bien. Casi siempre he sido un tipo honesto conmigo mismo. Por eso no me importa posicionarme. No sé por qué pero tengo mis principios. Más en algo que me gusta tanto como escribir. Si en vez de disfrutarlo me cuesta salud por el tema editorial, mal vamos.
EliminarLo mío es darle a la tecla, sin más. Las ansias de grandeza se las dejo a otros.
Un abrazo.
No, no hay una clara recompensa para el gran esfuerzo de escribir. Eso sí, creo que es mejor dormir bien. Ah... Pero mientras escribes tienes la sensación de ir a alguna parte, y creyéndolo /al menos en mi caso/ te sientes bien con el resto. Has escrito mucho, mucho... Eso queda ahí. Saludos.
ResponderEliminarGracias una vez más, Igor. Ya, eso es verdad. Lo escrito permanece, para bien o para mal. Cada libro es, a su manera, un cacho de ti. Al final de toda una vida, seguro que repasándolos logras verte a ti mismo en los momentos en que fueron escritos.
EliminarUn abrazo.