Adagio.

"Accedo a la habitación, enterrada bajo aquella luz acerada propia de un amanecer otoñal en su intento diario por ganar terreno a la oscuridad. Intuyo el perfil de la chica, dormida a revueltas entre colchas y almohadas. Sin molestarme en encubrir mi presencia, me acerco hasta el ventanal y corro la persiana, permito que el reflejo del cielo amenazador que cubre la ciudad se introduzca en el cuarto, lo llene de claridad. Pronto la lluvia teñirá las calles. Desde aquella ventana se ve el Espolón cortado por una perspectiva lateral y también retazos de la librería entre los huecos que dejan los troncos apiñados en las esquinas de la plaza. A mi espalda, escucho rezongar a la muchacha, que se agita y estira bajo las sábanas. La miro y me derrito sin solución. Como una onza de chocolate al sentir el calor del fuego. Adoro su apariencia de fragilidad, su carita redonda, sus ojos negros que, aun recién abiertos, irradian chispazos de audacia. Lleva el pelo revuelto, encrespado, sus cabellos parecen espaguetis negándose a su cita con la olla. Qué preciosidad, pienso al contemplar la belleza irradiada por su piel".

Estoy ya con el segundo capítulo de la parte final de la novela, el famoso Adagio. Constará de cinco o seis capítulos en total. Después llegarán las mil y una revisiones, pero, al menos, lo que es la novela en sí, estará terminada. En unos diez días. Sólo diez días.

Os cedo el fragmento. Para no desvelar nada, leedlo con los ojos de un hombre que ve amanecer a una mujer :)

Un abrazo,

Raúl Frías

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