Ciudad en las estrellas - 2

Buenas tardes, blogonautas:

Os dejo con el segundo capítulo de la novela. La idea es escribir y subir uno al día.



2

En la televisión, un partido de baloncesto americano. Un Lakers-Boston. A Itzan no le interesa el baloncesto y, a decir verdad, ningún deporte en particular. No obstante, observa un rato la pantalla, lo suficiente como para descubrir que son las finales y que en el bando angelino juega un español, Pau Gasol. Los comentaristas se desgañitan en lo que, juzgando su entusiasmo, ha de ser un partido prodigioso. En el primer corte para publicidad, Itzan apaga el televisor y bosteza. Acaba de amanecer de la siesta. Por suerte, esta vez no ha soñado. Ha podido descansar.
–Este sofá va a terminar conmigo tarde o temprano. Puto dolor de espalda –se queja, a pesar de estar solo.
Se sienta, estira los brazos, el cuello, hace crujir los dedos de las manos, deja escapar un largo suspiro y se incorpora con parsimonia, todavía adormilado. Vive en un espacio muy amplio de planta única, un lobby de aspecto minimalista y, al mismo tiempo, concepto modernista –eso es lo que la señorita de la agencia le dijo cuando le vendió la propiedad–, dado que todas las habitaciones típicas de una casa al uso se concentran en una gran sala rectangular con varios ventanales gigantescos. Con la excepción del baño, una construcción cúbica, cerrada, que rompe por completo con el estilo, o la falta del mismo, del apartamento. Itzan apenas tiene muebles. Una cocina sencilla al fondo. Fregadero, horno, microondas, nevera, cafetera manual y una diminuta placa de gas de dos fogones. En el centro del piso, un sofá bastante usado, casi maltrecho, situado frente a una televisión de cuarenta pulgadas apoyada sobre una mesa redonda de cristal. Bajo uno de los grupos de ventanales arqueados, un amplio y bello escritorio de madera envejecida con detalles florales en las patas. Sobre él, un portátil Macbook blanco cuya portabilidad es nula, pues su batería, sin estar conectado a la corriente, dura un puñado de minutos. A Itzan, a pesar de ello, le gusta el ordenador y no lo cambiaría por nada en el mundo. Si se rompiera, y aunque sabe que está ya algo desfasado, lo más seguro es que volviera a comprar el mismo modelo de segunda mano. De hecho, con la excepción de la primera, Itzan ha escrito sus otras novelas en aquella fantástica pieza de ingeniería informática. El resto del apartamento está compuesto por una mesa de plástico negro y un par de sillas, también de plástico, aunque en este caso, blanco. Mobiliario barato y funcional y que, además, llama la atención por el contraste. También hay varias estanterías repletas de libros, una decena de montañas de más libros que crecen desde el suelo y algunas cajas de cartón repletas de novelas sin vender. En la pared del fondo, un sinfín de recortes de periódicos sobre la desaparición de su mujer e hija sujetos con chinchetas a un gran corcho.
Ya de pie, Itzan se dirige hacia la cocina y prepara café. Abre la nevera y se termina un sándwich vegetal que tenía a medio comer. Bebe agua del grifo y se dirige al escritorio, enciende el portátil y lee los correos electrónicos. Nada de interés. Publicidad sobre productos para evitar la caída del cabello y un par de informes antiguos sobre las ventas de sus novelas. Hace ya tiempo que dejó de ser un bestseller. Cuando su caso se hizo famoso y la opinión pública lo señaló como el principal sospechoso del presunto asesinato de su familia, las ventas de sus novelas se dispararon como la espuma y permanecieron allí, en lo más alto, por varios meses. Eso hizo que los ceros de su cuenta corriente crecieran al mismo ritmo que su popularidad. Sin embargo, pasado un tiempo, como no pudo determinarse la causa de la desaparición de Iris y Elena y no se encontraron pruebas para incriminar a Itzan, el caso fue desapareciendo de las noticias y del interés popular, con lo que las ventas se resintieron.
Varios meses más tarde de haberse quedado solo a la fuerza, Itzan decidió comprar un ático en un pequeño pueblo de La Rioja e instalarse allí, lejos de los focos y del mundanal ruido. Desde la tranquilidad del casi completo anonimato, podría ordenar ideas, intentar localizar a su familia y, por qué no, escribir. Un escritor que no escribe difícilmente podrá ganarse la vida. Más de un año después, todavía vive de los réditos dados por el inesperado estrellato literario. Sin Iris ni Elena a su lado, Itzan ha sido incapaz de juntar más de diez palabras con sentido narrativo. Ha escrito algunos artículos periodísticos que le han proporcionado algunos beneficios, pero poco más.
Hastiado, Itzan se sirve café recién hecho y sale por uno de los ventanales hasta un saliente que hace la vez de tejadillo y que él utiliza como balcón improvisado. Al principio, los vecinos le llamaban la atención y se quejaban, pero tras unos meses de convivencia en los que comprobaron que el escritor era un hombre tranquilo e inofensivo, comenzaron a hacer la vista gorda, dejándolo disfrutar de su particular remanso de paz.
Itzan observa la lejanía, el picudo y alto campanario de la iglesia, el castillo a medio derruir coronando la cima de una montaña baja. El casco antiguo, con sus casas apiñadas de color blanco y la parte nueva, con sus edificios alto, anodinos. El edificio donde está ubicado su ático queda en una parcela intermedia de la población, a medio camino entre lo viejo y lo nuevo.
La temperatura a esa hora de la tarde es agradable, incluso estando en camiseta y pantaloneta y a pesar de la cercanía del ocaso, el escritor no tiene frío. Además, el café le sirve para mantenerse en calor. El cielo está barnizado en brillos escarlatas. Unas pocas nubes merodean a un sol de fuego intenso, que se retira despacio para dejar su hueco a una luna en cuarto creciente.
Esta noche intentará, una vez más, ponerse a escribir. No le faltan las ideas, simplemente le cuesta mantenerse concentrado y enfocado, pues su mente se distrae con facilidad y acaba, casi siempre, enfrascado en los recortes de periódicos y sus propias investigaciones sobre la desaparición de su familia, un asunto todavía sin resolver y al que la policía ha dado ya por cerrado, imposible de encontrar un hilo del que tirar. Va a ser una larga noche, piensa, tumbándose sobre las tejas ennegrecidas del tejadillo y cerrando los ojos.
Las campanas de la iglesia repican ocho veces. Un grupo de pájaros alza el vuelo, tal vez asustados por el repentino retumbar metálico que se esparce como una corriente eléctrica por cada calle del pueblo.

Comentarios

Entradas populares