El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.
Hablo de Haruki Murakami, un aspirante a Nobel de Literatura que provoca en mí sentimientos enfrentados. Sin ser un ferviente seguidor de su obra, ya he leído tres de sus novelas: Kafka en la orilla, After Dark y El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas; además de abandonar, por tediosas, otras dos: Tokyo Blues y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Esta última, es una de las obras más aburridas y estúpidas (sí, lo sé, he usado una palabra malsonante) que he tenido la mala suerte de leer.
Por suerte, no todo son sombras. El japonés escribe bastante bien, es más, en varios aspectos he aprendido mucho de su prosa. Me gusta el uso que hace de la metaliteratura, sus símbolos, la carga metafísica y existencial de sus novelas, su surrealismo, algunos de sus recursos técnicos. En cierta forma, y con cuidado de no excederme y pillarme los dedos, lo considero uno de mis maestros (yo soy muy de Faulkner). En el uso de determinados recursos narrativos, estilísticos y de construcción, al menos.
Fue a través de él como descubrí (ya lo había visto antes, claro, pero recordad que no decidí saltar a la literatura hasta cumplidas las 25 primaveras) la narración en tiempo presente, de la que estoy enamorado desde entonces. En Kafka en la orilla y en After Dark aprendí los recursos, las fórmulas y las apliqué a mi última novela, El sueño de la mariposa; hasta entonces narraba en pretérito perfecto simple, tiempo que, en comparación, me resulta menos estético, más sucio, más engorroso. Vamos, que algo le debo y deberé; sin embargo, creo que esta noche he saldado mi deuda.
Acabo de terminar El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. Con ello, Murakami y yo quedamos en paz. Él seguirá su camino y yo el mío, raro será que volvamos a cruzarnos. Esta novela me ha demostrado que el japonés es un gran narrador y un buen escritor, pero asimismo un mal imaginador de historias. Sus tramas se plantean bien, tienen puntos interesantes, pero, por lo general, se desarrollan mal, abusan del número de páginas y las resoluciones no son satisfactorias -aunque esto es ya más personal-. En especial me ha ocurrido con esta novela: prometía mucho pero, sobre la mitad, se deshincha por completo y trascurre hasta el final en un ritmo anodino, previsible y aburrídisimo.
En resumen, que me lío; a Murakami hay que darle la oportunidad pero, si no os convence con el primero, os aconsejo no continuar con él, pues sus historias siguen, libro tras libro, los mismos derroteros.
Aun así, al César lo que es del César: yo siempre le estaré agradecido, pues me inspiró y logró que aprendiera algo de sus novelas. Y no es poco, la verdad.
Por suerte, no todo son sombras. El japonés escribe bastante bien, es más, en varios aspectos he aprendido mucho de su prosa. Me gusta el uso que hace de la metaliteratura, sus símbolos, la carga metafísica y existencial de sus novelas, su surrealismo, algunos de sus recursos técnicos. En cierta forma, y con cuidado de no excederme y pillarme los dedos, lo considero uno de mis maestros (yo soy muy de Faulkner). En el uso de determinados recursos narrativos, estilísticos y de construcción, al menos.
Fue a través de él como descubrí (ya lo había visto antes, claro, pero recordad que no decidí saltar a la literatura hasta cumplidas las 25 primaveras) la narración en tiempo presente, de la que estoy enamorado desde entonces. En Kafka en la orilla y en After Dark aprendí los recursos, las fórmulas y las apliqué a mi última novela, El sueño de la mariposa; hasta entonces narraba en pretérito perfecto simple, tiempo que, en comparación, me resulta menos estético, más sucio, más engorroso. Vamos, que algo le debo y deberé; sin embargo, creo que esta noche he saldado mi deuda.
Acabo de terminar El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas. Con ello, Murakami y yo quedamos en paz. Él seguirá su camino y yo el mío, raro será que volvamos a cruzarnos. Esta novela me ha demostrado que el japonés es un gran narrador y un buen escritor, pero asimismo un mal imaginador de historias. Sus tramas se plantean bien, tienen puntos interesantes, pero, por lo general, se desarrollan mal, abusan del número de páginas y las resoluciones no son satisfactorias -aunque esto es ya más personal-. En especial me ha ocurrido con esta novela: prometía mucho pero, sobre la mitad, se deshincha por completo y trascurre hasta el final en un ritmo anodino, previsible y aburrídisimo.
En resumen, que me lío; a Murakami hay que darle la oportunidad pero, si no os convence con el primero, os aconsejo no continuar con él, pues sus historias siguen, libro tras libro, los mismos derroteros.
Aun así, al César lo que es del César: yo siempre le estaré agradecido, pues me inspiró y logró que aprendiera algo de sus novelas. Y no es poco, la verdad.
parece bastante interesante, gracias por la reseña y un saludo para el blog!
ResponderEliminarGracias, Manipulador. Un saludo para ti también.
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